domingo, 6 de mayo de 2007

TERCERA ETAPA: SEGOVIA-COCA (60 KM.)

Amanece el tercer día de la peregrinación, también muy soleado y quizá más caluroso. Echo el último vistazo al acueducto, atravieso la Puerta de Santiago y por el monasterio del Parral abandono la ciudad dirigiéndome hasta Zamarramala.
Pensé que las cuestas hacia arriba ya se habían terminado pero me equivoco… No obstante, la subida tiene su recompensa con la bonita estampa de la ciudad segoviana que se contempla desde allí. La fisonomía del terreno ha cambiado completamente: las montañas y las formas escarpadas y agrestes de la sierra han tornado en suaves ondulaciones y la meseta ya se deja querer.
Este terreno es mucho más familiar para mí, muy parecido a la planicie terracampina y los caminos surcan las grandes extensiones cerealistas, ahora reducidas a rastrojeras pero que en breve ya se prepararán para el milenario arte de la labranza.

Atravieso algunas pequeñas poblaciones segovianas como Valseca, que cuenta con una gran iglesia, prácticamente del mismo tamaño que la población.
Hablando con algún paisano de la zona me doy cuenta de que el camino de Santiago aún no ha entrado en los vecinos de estos pueblos. Algunos, para mi sorpresa, se llevan las manos a la cabeza cuando les c
uento que voy haciendo el camino de Santiago y me contestan: “pero si eso está en Galicia”.
Es necesario –pienso- concienciar a las poblaciones por las que transcurre esta vía jacobea de la importancia que puede llegar a tener el camino. Es necesario que los habitantes se lo crean, nos lo creamos, se impliquen, si no estaremos vendiendo simplemente humo.

En el municipio de los Huertos tomo la desviación indicada y transcurro malamente durante algunos kilómetros por lo que antiguamente fue la vía del ferrocarril. Por evitar las incómodas piedras de la vía férrea me aventuro campo a través y el resultado es peor: descubro unos feroces pinchos, en forma de cardos, que luego sabría que se llaman abreojos, y que han provocado que las dos ruedas de la bicicleta tengan numerosos pinchazos. Una vez más me toca hacer de mecánico.

Tras pasar por Añe y Pinilla Ambroz, llego una de las localidades históricas del camino: Santa María la Real de Nieva. No se muy bien porque razón, pero en este camino al igual que en el tradicional hay localidades muy emblemáticas y representativas donde la alegría es mayor cuando se llega: Hospital de Órbigo, Portomarín, Mélide o Cebreiro… Pues lo mismo ocurre con Santa María en el camino madrileño.

Merece la pena hacer un descanso y visitar la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Soterraña, donde sin duda destaca un imponente claustro. Los relieves de las columnas, que representan escenas fantásticas y otros pasajes bíblicos, impresionan y dan buena cuenta del carácter catequizador que poseían cuando la lectura era privilegio de unos pocos.

En el transcurso hacia Coca aún debo atravesar Nieva y Nava de la Asunción. Los pinares ya se han hecho habituales compañeros de viaje y no nos abandonarán prácticamente hasta la Tierra de Campos vallisoletana. En Nava me refresco en la fuente conocida como ‘el caño del obispo’ y admiro el patrimonio de esta localidad segoviana, entes de llegar definitivamente al lugar donde finaliza esta etapa: Coca.

Coca es la ciudad romana por excelencia, la cuna de Teodosio el Grande, pero además conserva un castillo mudéjar del siglo XV, digno de visitar. Entre tanto turismo e historia, aderezado con la típica gastronomía de la zona, aún tengo tiempo para revisar las cubiertas de las ruedas que han sufrido mucho con los dichosos ‘abreojos’. Aunque quien necesita cerrar los ojos soy yo, porque el cansancio ya se deja notar en mi dolorido cuerpo.

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