El 22 de septiembre del año 2004 llegaba a Santiago de Compostela en una peregrinación que inicié seis días antes en bicicleta, partiendo desde mi casa, en Medina de Rioseco.
El esfuerzo había sido enorme.
Una caída minó mis fuerzas y las últimas etapas fueron un auténtico calvario, sólo superado por la ilusión y por una fuerza interior que alumbra cada uno de los kilómetros restantes que los mojones amablemente van anunciando para llegar a esa meta que es Santiago.
Una caída minó mis fuerzas y las últimas etapas fueron un auténtico calvario, sólo superado por la ilusión y por una fuerza interior que alumbra cada uno de los kilómetros restantes que los mojones amablemente van anunciando para llegar a esa meta que es Santiago.
Días antes de abrazar al santo, días antes de poder atravesar esa puerta mágica que para los peregrinos es la puerta Santa, me había prometido no volver nuca más a embarcarme en una aventura de tales características, incluso, había maldecido mil veces a mi única compañera en el camino, mi inseparable bicicleta, cómo si ella hubiera tenido la culpa de mi escasa forma física para afrontar un reto tan exigente como una peregrinación de más de 400 kilómetros.
Pero todas esas promesas, todos esos sufrimientos; pronto se olvidaron. La alegría de divisar las torres de la catedral desde el Monte del Gozo, los sonidos de gaitas en las estrechas calles de la ciudad, el recogimiento de la tumba del Apóstol, la majestuosidad del Pórtico de la Gloria o el sobrecogimiento que produce ver el vuelo del botafumeiro por encima de miles de cabezas valían la pena. En esos momentos comprendía la importancia de lo que había hecho, claro está desde el punto de vista personal, no me tomen como vanidoso.
Había superado todos los obstáculos, había retado, incluso, a mis propios límites y por si fuera poco en la retina y en mi cámara de fotos, también inseparable, se acumulaban miles de imágenes impactantes, cientos de paisajes, de colores, de formas, de rostros, de rincones, cientos de iglesias, de ermitas, de calles empedradas, de casas de piedra y pizarra… y releyendo mi diario pude evocar algunas sensaciones, algunos sonidos y hasta algunos olores de mi aventura peregrina que quedarán en mi recuerdo para el resto de mis días.
Esta reflexión me impresionó porque me di cuenta de que en seis días había vivido intensamente y esa experiencia me marcaría en mi vida cotidiana.
Precisamente por eso, me animé y al año siguiente, el pasado año 2005, repetí y de nuevo no se si inconscientemente o ilusionadamente, o tal vez las dos, planeé una nueva peregrinación por el Camino. Pero esta vez decidí conocer el llamado Camino de Santiago de Madrid.
Precisamente por eso, me animé y al año siguiente, el pasado año 2005, repetí y de nuevo no se si inconscientemente o ilusionadamente, o tal vez las dos, planeé una nueva peregrinación por el Camino. Pero esta vez decidí conocer el llamado Camino de Santiago de Madrid.
Y ¿por qué peregrinar por este camino y hacerlo empezando en Madrid, la capital de España?. Pues por varias razones que, al menos, a mí me convencieron. He de decir que la decisión responde, primero porque en los últimos años se ha llevado una intensa promoción de esta vía jacobea, como por ejemplo la Asociación de Amigos de los Caminos de Santiago de Madrid o la de Medina de Rioseco o el propio Consistorio de esta localidad. Otra de las razones fue que este camino precisamente pasaba por mi casa, por el lugar donde yo siempre he vivido, la bella Ciudad de los Almirantes.
La curiosidad como periodista de conocer de primera mano cómo se encuentra este camino, fue otro de los factores claves que me impulsaron de nuevo a preparar la bicicleta y lanzarme a ese trapecio y sin red que para mí supone una peregrinación.
Además, conversando con otros peregrinos, mucho más expertos que yo en la materia, y leyendo parte de la extensa bibliografía que existe en torno al Camino, me convencí que las auténticas peregrinaciones son las que parten desde casa. Lógicamente en el Medievo no me imagino a ningún peregrino tomando un tren para ir a Roncesvalles a iniciar su camino... no, sencillamente su peregrinación se iniciaba en el quicial de su puerta. Algo que también me hizo reflexionar pensando que el día que los madrileños se enteren de que existe un camino que parte desde la capital hasta Santiago, esto puede llegar a ser algo importante, y las poblaciones por las que atraviesa esta ruta jacobea podrán tener una nueva fuente de riqueza, como en su día hace no muchos años lo fue el camino comúnmente llamado tradicional o francés.
Pero no les aburro más en justificaciones y razones por las cuales decidí hacer este camino que no es la intención de este espacio, sino más bien hablarles de una experiencia personal: mi peregrinación por el camino de Santiago de Madrid.
Les advierto que no soy un experto de este camino, que ni si quiera les voy hablar de historia o realizar una enumeración de los atractivos históricos y artísticos con los que cuenta en este vía, que por otra parte son muchos, no. Simplemente se trata de un paseo por esta ruta, pretendo que sea el diario de un peregrino, de un simple peregrino que en septiembre se le ocurrió iniciar su peregrinación en Madrid y acabarla días más tarde en la localidad leonesa de Sahagún de Campos, después de haber recorrido más de 320 Km. por el llamado Camino de Santiago de Madrid.
Este diario de un peregrino pretende ser fundamentalmente un diario gráfico, donde ustedes puedan contemplar parte de mi peregrinación gracias al material fotográfico recogido durante el camino y así de paso mis palabras sean apoyadas en algunas imágenes, que seguro serán mucho más convincentes que lo que yo diga, porque hago mía esa popular y manida frase de “una imagen vale más que mil palabras”.
Por eso si quieren conocer este camino, en un instante preparamos el hatillo del peregrino, nos armamos de valor, nos subimos a la bicicleta y comenzamos esta gran aventura que para mí es el camino. Acompáñenme.