jueves, 10 de mayo de 2007

DE MADRID AL CAMINO

El 22 de septiembre del año 2004 llegaba a Santiago de Compostela en una peregrinación que inicié seis días antes en bicicleta, partiendo desde mi casa, en Medina de Rioseco.
El esfuerzo había sido enorme.
Una caída minó mis fuerzas y las últimas etapas fueron un auténtico calvario, sólo superado por la ilusión y por una fuerza interior que alumbra cada uno de los kilómetros restantes que los mojones amablemente van anunciando para llegar a esa meta que es Santiago.

Días antes de abrazar al santo, días antes de poder atravesar esa puerta mágica que para los peregrinos es la puerta Santa, me había prometido no volver nuca más a embarcarme en una aventura de tales características, incluso, había maldecido mil veces a mi única compañera en el camino, mi inseparable bicicleta, cómo si ella hubiera tenido la culpa de mi escasa forma física para afrontar un reto tan exigente como una peregrinación de más de 400 kilómetros.

Pero todas esas promesas, todos esos sufrimientos; pronto se olvidaron. La alegría de divisar las torres de la catedral desde el Monte del Gozo, los sonidos de gaitas en las estrechas calles de la ciudad, el recogimiento de la tumba del Apóstol, la majestuosidad del Pórtico de la Gloria o el sobrecogimiento que produce ver el vuelo del botafumeiro por encima de miles de cabezas valían la pena. En esos momentos comprendía la importancia de lo que había hecho, claro está desde el punto de vista personal, no me tomen como vanidoso.
Había superado todos los obstáculos, había retado, incluso, a mis propios límites y por si fuera poco en la retina y en mi cámara de fotos, también inseparable, se acumulaban miles de imágenes impactantes, cientos de paisajes, de colores, de formas, de rostros, de rincones, cientos de iglesias, de ermitas, de calles empedradas, de casas de piedra y pizarra… y releyendo mi diario pude evocar algunas sensaciones, algunos sonidos y hasta algunos olores de mi aventura peregrina que quedarán en mi recuerdo para el resto de mis días.

Esta reflexión me impresionó porque me di cuenta de que en seis días había vivido intensamente y esa experiencia me marcaría en mi vida cotidiana.
Precisamente por eso, me animé y al año siguiente, el pasado año 2005, repetí y de nuevo no se si inconscientemente o ilusionadamente, o tal vez las dos, planeé una nueva peregrinación por el Camino. Pero esta vez decidí conocer el llamado Camino de Santiago de Madrid.

Y ¿por qué peregrinar por este camino y hacerlo empezando en Madrid, la capital de España?. Pues por varias razones que, al menos, a mí me convencieron. He de decir que la decisión responde, primero porque en los últimos años se ha llevado una intensa promoción de esta vía jacobea, como por ejemplo la Asociación de Amigos de los Caminos de Santiago de Madrid o la de Medina de Rioseco o el propio Consistorio de esta localidad. Otra de las razones fue que este camino precisamente pasaba por mi casa, por el lugar donde yo siempre he vivido, la bella Ciudad de los Almirantes.

La curiosidad como periodista de conocer de primera mano cómo se encuentra este camino, fue otro de los factores claves que me impulsaron de nuevo a preparar la bicicleta y lanzarme a ese trapecio y sin red que para mí supone una peregrinación.

Además, conversando con otros peregrinos, mucho más expertos que yo en la materia, y leyendo parte de la extensa bibliografía que existe en torno al Camino, me convencí que las auténticas peregrinaciones son las que parten desde casa. Lógicamente en el Medievo no me imagino a ningún peregrino tomando un tren para ir a Roncesvalles a iniciar su camino... no, sencillamente su peregrinación se iniciaba en el quicial de su puerta. Algo que también me hizo reflexionar pensando que el día que los madrileños se enteren de que existe un camino que parte desde la capital hasta Santiago, esto puede llegar a ser algo importante, y las poblaciones por las que atraviesa esta ruta jacobea podrán tener una nueva fuente de riqueza, como en su día hace no muchos años lo fue el camino comúnmente llamado tradicional o francés.

Pero no les aburro más en justificaciones y razones por las cuales decidí hacer este camino que no es la intención de este espacio, sino más bien hablarles de una experiencia personal: mi peregrinación por el camino de Santiago de Madrid.

Les advierto que no soy un experto de este camino, que ni si quiera les voy hablar de historia o realizar una enumeración de los atractivos históricos y artísticos con los que cuenta en este vía, que por otra parte son muchos, no. Simplemente se trata de un paseo por esta ruta, pretendo que sea el diario de un peregrino, de un simple peregrino que en septiembre se le ocurrió iniciar su peregrinación en Madrid y acabarla días más tarde en la localidad leonesa de Sahagún de Campos, después de haber recorrido más de 320 Km. por el llamado Camino de Santiago de Madrid.

Este diario de un peregrino pretende ser fundamentalmente un diario gráfico, donde ustedes puedan contemplar parte de mi peregrinación gracias al material fotográfico recogido durante el camino y así de paso mis palabras sean apoyadas en algunas imágenes, que seguro serán mucho más convincentes que lo que yo diga, porque hago mía esa popular y manida frase de “una imagen vale más que mil palabras”.

Por eso si quieren conocer este camino, en un instante preparamos el hatillo del peregrino, nos armamos de valor, nos subimos a la bicicleta y comenzamos esta gran aventura que para mí es el camino. Acompáñenme.

martes, 8 de mayo de 2007

PRIMERA ETAPA: MADRID-NAVACERRADA (61KM.)

Todo empieza en Madrid, en la capital de España, en una de las ciudades más cosmopolitas de Europa. Dicen que de Madrid al cielo, yo en este caso digo de Madrid al Camino, al Camino de Santiago.
Llego a la gran ciudad un 18 de septiembre, mi padre me ha trasladado hasta allí y conmigo todo el equipaje necesario y, por supuesto, la otra protagonista de esta historia, mi sufrida bicicleta.
Aprovecho la tarde anterior para hacer algo de turismo por la ciudad, visitar la catedral de la Almudena, donde esos días permanecía expuesta la exposición ‘Inmaculada’. Su interior modernista no deja indiferente a nadie y sin duda contrasta con algunas otras iglesias existentes a lo largo del Camino. Tras visitar el Palacio Real, me mezclo entre los miles de almas que deambulan por las calles y avenidas madrileñas y me asalta la duda. ¿seré el único peregrino que mañana partirá desde aquí?. Es curioso entre más de tres millones de personas uno sólo. Me da que pensar.

Pero el primer momento del verdadero camino ocurre en la iglesia de Santiago, un coqueto templo de cruz griega dedicado por entero al apóstol, donde el párroco Antonio me da la bendición del peregrino y me ‘envía’ a Santiago, en un emocionante momento que jamás olvidaré, en este improvisado kilómetro cero de mi peregrinación.

Las luces de neón ya se han apagado, la ciudad se despereza, y el día comienza su estresante rutina en la gran urbe. En medio de las prisas, del tráfico acelerado, de los atascos, del ruido y de la contaminación, allá me lanzó yo con toda la precaución dispuesto a cruzar alguna de las avenidas más importantes y emblemáticas de Madrid. Plaza España, Cibeles, Paseo de la Castellana donde aún se encuentran las gradas que dos días antes acogieron el final de la Vuelta Ciclista a España y allá voy yo pedaleando por donde horas antes lo hicieron los grandes del pelotón internacional, Plaza Castilla, donde inmortalizo el momento en medio de las populares torres Kio, los hospitales de la Paz y Ramón y Cajal son sólo algunos de los puntos más destacados de mi ruta urbana.

Pronto me topo con las primeras flechas amarillas, tan cotidianas y amistosas para los peregrinos, y ya me siento cerca del camino y de los amantes de esta ruta.

Fuencarral es la primera población que me encuentro tras la salida de Madrid y de ahí por un tortuoso y complicado, pero a la vez sugerente sendero, que circula entre la vía del tren y la tapia del Pardo, me dirijo a Tres Cantos. Antes de llegar a esta otra ciudad dormitorio, converso con otro ciclista que circula por un carril bici y que me da algunos consejos para llegar a la siguiente población: Colmenar Viejo.
El día es precioso pero mis sensaciones en la bici no son buenas, las piernas me pesan demasiado y creo que me tocará sufrir. Un descansito en la plaza mayor de Colmenar y tras visitar por fuera la basílica, pues esta cerrada, me alejo por una preciosa cañada que pronto desembocará en un peligroso descenso, donde me distraigo mirando la preciosa estampa de una vaca brava frotándose la cornamenta contra una encina y me caigo violentamente.

Aparentemente son sólo unos rasguños pero la rueda delantera de la bicicleta ha sido muy dañada y esto marcará toda la ruta, porque para colmo el taller de reparación de bicicletas más próximo se encuentra en Segovia. Casi nada. Pero no desespero hago unos pequeños arreglos en mi máquina y comienzo – como puedo - una dura subida hasta la localidad de Navacerrada, que aunque no era punto final de este primer día, decido fijar allí mi descanso, confiando en que al día siguiente las cosas mejoren.

lunes, 7 de mayo de 2007

SEGUNDA ETAPA: NAVACERRADA-SEGOVIA (45 KM.)

No existen muchos albergues y otras acogidas a lo largo de este camino y, como veremos más adelante, concentrados mayoritariamente en suelo vallisoletano. Este es un handicap importante que hay que solucionar si se quiere que este camino tenga un gran flujo de peregrinos. Las instituciones de Madrid y de Segovia tienen que tomar buen ejemplo de las infraestructuras que se están dotando a los 153 Km del camino vallisoletano, donde la Diputación y otras instituciones construyen albergues y señalizan muy dignamente el trayecto.

Precisamente esta carencia de albergues, sobre todo en los primeros kilómetros como digo, provocan que el peregrino, en este caso yo, me tenga que buscar la vida y hacer de hostales, casas rurales y otros lugares de acogida, mis particulares albergues donde pernoctar y reponer fuerzas para afrontar la siguiente etapa.

En este segundo día de peregrinación partí temprano desde Navacerrada con la sensación de tener por delante la etapa más dura de todo el trayecto, no sólo por el ascenso al puerto de la Fuenfría, paso obligado hacia tierras castellanas, sino porque además mi cuerpo y mi bicicleta no están en las mejores condiciones. Pero lo bonito de estas pequeñas situaciones límites que se le presentan al peregrino es salvarlas, y una vez más me armo de valor y en medio de una mañana espléndida, con un sol radiante, preparo el equipaje y comienzo a pedalear.

Tras llegar a Cercedilla comienzo a notar que mis fuerzas van en aumento y que la bici, a pesar de tener dañada la rueda delantera y circular sin un freno, aguanta y esto me da fuerzas para iniciar la subida por el camino de las Dehesas.

El lugar es espléndido, en medio de un frondoso bosque surcado por decenas de arroyos fríos y juguetones que a modo de hilillos plateados adornan mucho más, si cabe, este maravilloso espectáculo natural. Aún no me encontrado con ningún peregrino, más bien con otros ciclistas y senderistas que han decidido realizar esta preciosa ruta.

La subida es paulatina, sin rampas de una extraordinaria dureza, pero poco a poco se va tomando altura y las vistas empiezan a ser, sencillamente, espectaculares, como recogen estas fotografías.
A pesar del calor empiezo a imaginarme los rigores del invierno en esta zona y a los sufridos peregrinos medievales cruzar hacia Castilla exhaustos por el frío y la nieve. Pero afortunadamente no es mi caso y sigo disfrutando del momento, aunque mis piernas me recuerden que sigo ascendiendo hasta el punto más alto de este camino, la Fuenfría a 1,796 metros de altitud.

La cima esta muy cerca y me siento como esos montañeros apunto de conquistar su meta. Entonces un cúmulo de sensaciones comienzan a golpearme: libertad, soledad, aire puro, naturaleza. Sigo subiendo yo sólo, con la única e improvisada compañía de algunas vacas que pacen tranquilamente y por fin llego a la cima: la Fuenfría.
Allí un cartel explica que este era un paso por el que atravesaba una calzada romana de itinerario Antonino por la que voy a descender hasta Segovia. Parece mentira pero tomaré un camino por el que ya transitaban hace más de dos milenios y que más tarde utilizaría el Arcipreste de Hita, tal y como se refiere en su Libro del Buen amor:



“Tórneme para mi tierra dende á tercer dya;
mas non vyn por Locoya, que joyas non troya,
Cuydé yr por el puerto que disen la Fuenfría;
Herré todo el camino, como quien non sabía”
Por cierto, una de las anécdotas más simpáticas que me han ocurrido en el camino tuvo su escenario aquí: una vaca se ha sentido invadida en su terreno y cuando yo tomaba un pequeño bocadillo para reponer fuerzas junto al monumento del Camino, que más tarde inauguraría el presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, me ha tocado salir corriendo porque ha venido hasta mí con muy malas intenciones.

Así que casi como si de un encierro sanferminero se tratase apresuradamente me he subido a la bicicleta y he puesto tierra de por medio con esta vaca con muy malas pulgas. Ahora me rió, pero en fin en esos momentos…
El descenso se presenta muy apetecible. He dejado Madrid y ya estoy en tierras castellanas. Aunque el excesivo terreno pedregoso provoca que tenga que realizar una mínima parada para arreglar un pinchazo.
En una pista asfaltada me lanzo en el descenso y suelto adrenalina, la sensación de libertad a más de 80 Km. por hora es una sensación única sobre una bicicleta, se lo aseguro, pero también muy peligrosa. Descendiendo recuerdo otras míticas bajadas del camino como la de Foncebadón hacia Ponferrada, o la de Triacastela, ya en Galicia, entre otras muchas.

El camino se termina y ante mí se presenta otra pequeña aventurilla: la bajada se torna en un pequeño sendero campo a través, que me conduce hacia la ciudad de Segovia, cuya silueta se recorta ya en el horizonte presida por esa inmensa e imponente catedral.
Aunque sin duda tras la llegada a esta bella ciudad me detengo impresionado ante el acueducto romano, una obra que milagrosamente sigue en pie hoy, después de más de 2.000 años y sin argamasa de ningún tipo. Pienso además que este gran monumento ya estaba antes de la cristiandad, y por supuesto antes del camino. Por primera vez el camino de la razón, el de la ingeniería, se cruza con otro camino, el de la fe.

En Segovia decido trasnochar, pero antes es obligado visitar su catedral, donde además posee una capilla dedicada a Santiago, uno de los pri
meros Santiagos que me encuentro en el camino y merece la pena contemplar el precioso alcázar. Aún la belleza del recorrido reposa en mi retina, mientras un mecánico ciclista, Felipe, un fenómeno con la herramienta, deja como nueva mi bicicleta.

domingo, 6 de mayo de 2007

TERCERA ETAPA: SEGOVIA-COCA (60 KM.)

Amanece el tercer día de la peregrinación, también muy soleado y quizá más caluroso. Echo el último vistazo al acueducto, atravieso la Puerta de Santiago y por el monasterio del Parral abandono la ciudad dirigiéndome hasta Zamarramala.
Pensé que las cuestas hacia arriba ya se habían terminado pero me equivoco… No obstante, la subida tiene su recompensa con la bonita estampa de la ciudad segoviana que se contempla desde allí. La fisonomía del terreno ha cambiado completamente: las montañas y las formas escarpadas y agrestes de la sierra han tornado en suaves ondulaciones y la meseta ya se deja querer.
Este terreno es mucho más familiar para mí, muy parecido a la planicie terracampina y los caminos surcan las grandes extensiones cerealistas, ahora reducidas a rastrojeras pero que en breve ya se prepararán para el milenario arte de la labranza.

Atravieso algunas pequeñas poblaciones segovianas como Valseca, que cuenta con una gran iglesia, prácticamente del mismo tamaño que la población.
Hablando con algún paisano de la zona me doy cuenta de que el camino de Santiago aún no ha entrado en los vecinos de estos pueblos. Algunos, para mi sorpresa, se llevan las manos a la cabeza cuando les c
uento que voy haciendo el camino de Santiago y me contestan: “pero si eso está en Galicia”.
Es necesario –pienso- concienciar a las poblaciones por las que transcurre esta vía jacobea de la importancia que puede llegar a tener el camino. Es necesario que los habitantes se lo crean, nos lo creamos, se impliquen, si no estaremos vendiendo simplemente humo.

En el municipio de los Huertos tomo la desviación indicada y transcurro malamente durante algunos kilómetros por lo que antiguamente fue la vía del ferrocarril. Por evitar las incómodas piedras de la vía férrea me aventuro campo a través y el resultado es peor: descubro unos feroces pinchos, en forma de cardos, que luego sabría que se llaman abreojos, y que han provocado que las dos ruedas de la bicicleta tengan numerosos pinchazos. Una vez más me toca hacer de mecánico.

Tras pasar por Añe y Pinilla Ambroz, llego una de las localidades históricas del camino: Santa María la Real de Nieva. No se muy bien porque razón, pero en este camino al igual que en el tradicional hay localidades muy emblemáticas y representativas donde la alegría es mayor cuando se llega: Hospital de Órbigo, Portomarín, Mélide o Cebreiro… Pues lo mismo ocurre con Santa María en el camino madrileño.

Merece la pena hacer un descanso y visitar la iglesia parroquial de Nuestra Señora de Soterraña, donde sin duda destaca un imponente claustro. Los relieves de las columnas, que representan escenas fantásticas y otros pasajes bíblicos, impresionan y dan buena cuenta del carácter catequizador que poseían cuando la lectura era privilegio de unos pocos.

En el transcurso hacia Coca aún debo atravesar Nieva y Nava de la Asunción. Los pinares ya se han hecho habituales compañeros de viaje y no nos abandonarán prácticamente hasta la Tierra de Campos vallisoletana. En Nava me refresco en la fuente conocida como ‘el caño del obispo’ y admiro el patrimonio de esta localidad segoviana, entes de llegar definitivamente al lugar donde finaliza esta etapa: Coca.

Coca es la ciudad romana por excelencia, la cuna de Teodosio el Grande, pero además conserva un castillo mudéjar del siglo XV, digno de visitar. Entre tanto turismo e historia, aderezado con la típica gastronomía de la zona, aún tengo tiempo para revisar las cubiertas de las ruedas que han sufrido mucho con los dichosos ‘abreojos’. Aunque quien necesita cerrar los ojos soy yo, porque el cansancio ya se deja notar en mi dolorido cuerpo.

jueves, 3 de mayo de 2007

CUARTA ETAPA: COCA-MEDINA DE RIOSECO (105 KM.)

La cuarta etapa se presenta como una de las más largas del camino. Madrugo porque quiero llegar hasta Rioseco, Medina de Rioseco, la Ciudad de lo Almirantes, o lo que es lo mismo mi casa. Son muchos kilómetros pero al menos lo intentaré.
De nuevo, saliendo de Coca me adentró en un inmenso pinar. La señalización no es muy abundante y hay algunos problemas para seguir el camino. Esto me cabrea pero enseguida me doy cuenta que también tiene algo de primitivo. En el origen de las peregrinaciones a Santiago no había indicaciones, sólo la Via láctea y la buena fe de los peregrinos permitían que todos los caminos llevasen a Roma, o mejor dicho a Santiago. Además pienso que quienes pintan las flechas amarillas no son más que amigos del camino que ponen a disposición sus ratos libres para tan loable iniciativa.
Por eso no me desanimo y sigo pedaleando hasta el siguiente pueblo, Villeguillo, donde existe un monolito con una apropiada inscripción: “Hacemos camino al andar”. Por cierto, sigo sin encontrarme con un solo peregrino. Tal vez mejor así y huir de las aglomeraciones y de la masificación en la que se ha convertido el otro camino, especialmente en año Santo, donde a veces más que una peregrinación parece una marcha de senderismo o de cicloturismo perfectamente organizada. Aquí todo es más sencillo, más primitivo, si me permiten, más puro y verdadero.

Pronto entro en la provincia vallisoletana, -ya estoy en casa- pienso, y visito la primera localidad de la provincia: Alcazarén, antiguo cruce de caminos medievales y cuya iglesia parroquial está dedicada a Santiago.
La siguiente población es Valdestillas con su puente del ferrocarril sobre el río Adaja y Puente Duero, con su moderno y acogedor albergue para peregrinos. Es curioso pero como ya mencioné antes en el camino vallisoletano hay más albergues que sumando todos los que nos encontramos desde Madrid, además se ha señalizado con mojones cada kilómetro del camino.

Enseguida llego a otra localidad histórica del camino: Simancas, donde sin duda destaca su fortaleza a los pies del Pisuerga, sede del Archivo General. Al dejar esta localidad me adentro en otra comarca: los Montes de Torozos, en los que una esbelta torre indica que me aproximo a Ciguñuela, cuya iglesia de San Gines encierra dos imágenes de Santiago, una como peregrino y otra como matamoros.
Los caminos serpentean suavemente sobre algunas pequeñas lomas y el verdor de los pinares ahora tienen tintes ocres y dorados, para dirigirse a Wamba, la única localidad que conozco en la que los huesos son auténtico arte, como ese sorprendente osario de la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción.

La meseta se hace más espectacular, incluso, a lomos de una bicicleta. El penúltimo pinchazo, y me aproximo a Peñaflor de Hornija, una localidad enclavada en una isleta en medio de la inmensidad de un océano de tierra, cuya iglesia de Santa María parece un barco encallado en busca de nuevos mares.
Desde esta localidad hasta Castromonte hay que cruzar un monte denso, de tierras rojizas, y de conejos revoltosos que se cruzan a mi paso. El caserío de piedra de Castromonte se deja ver en la lejanía y un simpático mural anima el camino del peregrino, de una de las localidades que también se están volcando con esta ruta jacobea con la creación de un nuevo albergue.
Tras beber agua en la fuente de esta población, otrora conocida, precisamente, por su agua mineral, desciendo hacia Medina de Rioseco, no sin antes hacer una pequeña parada en Valverde de Campos, y contemplar los numerosos palomares que salpican las rastrojeras.

Por la antigua vía del tren Burra, avanzo, a buen seguro, mucho más rápido que el histórico ferrocarril y pronto avisto la Ciudad de los Almirantes, recortada en el horizonte con esas tres iglesias catedralicias, que son auténticos faros para el peregrino, que en mi caso me conducen a Santiago.
Por supuesto, la primera parada obligatoria es en la iglesia de Santiago de los Caballeros, probablemente la iglesia de todos los caminos con más veneración al apóstol. Sus fachadas, su impresionante retablo, sus bóvedas y hasta el más insignificante detalle delatan una veneración a Santiago que aparece en todas sus facetas: Apóstol, peregrino, matamoros y discípulo inseparable de Cristo. El crucero inaugurado por el cardenal Fray Carlos Amigo nos recuerda que estamos en el buen Camino.

Medina de Rioseco debe convertirse en una de las ciudades referente del Camino de Santiago de Madrid; en la auténtica ciudad de Santiago por peso histórico, artístico, cultural, gastronómico, hospitalidad, una hospitalidad que por cierto está encarnada en los hospitaleros de Rioseco, Alejandro Ovelleiro, Segismundo Villar y Mariano Muñoz, que provisionalmente junto a toda la gente riosecano del camino han hecho de la asamblea local de la Cruz Roja su improvisado albergue, donde acoger a los peregrinos, hasta que definitivamente los almacenes de la dársena del Canal, que están siendo magníficamente restaurados, puedan convertirse en uno de los albergues más encantadores de la ruta jacobea junto a la refrescante lámina de agua del histórico Canal de Castilla.

Es cita obligada visitar las otras catedrales que se perfilan en la ciudad: Santa María, con su capilla de los Benavente, que ya dejó prendado al gran Eugenio D’ Ors cuando la definió como la ‘Capilla Sixtina de Castilla’, o la iglesia de Santa Cruz, con su museo de Semana Santa, manifestación religiosa, artística y tradicional más importante de la localidad, o la iglesia conventual de San Francisco, donde próximamente se instalará un museo sacro.
En mi caminar por las vetustas calles de la que un día fue considerada como la India Chica, al pasear por ese espectáculo de luces y sombras, de maderos y losas, de desequilibrio armónico que es la calle Mayor riosecana, anoto en mi diario que sería conveniente señalizar el camino en la ciudad a su paso por los principales monumentos y calles riosecanas con algún distintivo jacobeo que guié al peregrino y recuerde que Rioseco es parte fundamental de este peregrinar a Santiago, como por ejemplo la vieira de bronce que recorre las calles leonesas.

martes, 1 de mayo de 2007

QUINTA ETAPA: MEDINA DE RIOSECO-SAHAGÚN (67 KM.)

Último día de peregrinación. Rumbo a Sahagún de Campos donde el camino madrileño entronca con la ruta tradicional. Saliendo de Medina de Rioseco hay dos alternativas, o bien dirigiéndonos por Moral de la Reina o bien por Tamariz de Campos, a través del Canal de Castilla, aunque ambas rutas confluyen en Cuenca de Campos. Yo me decanto por esta última y así poder rodar durante ocho kilómetros por los antiguos caminos de sirga por donde las caballerías avanzaban lentas tirando de las pesadas barcazas que transportaban todo tipo de productos en su intento por alcanzar los puertos del Cantábrico.

Esta obra de ingeniería de los siglos XVIII y XIX, no deja de sorprenderme. A pesar de haberla disfrutado en piragua, en bici, en barco o, incluso, porque no decirlo a nado, siempre descubro cosas nuevas. Es un lugar para perderse. El frescor del lugar, la sombra de sus chopos, el rumor de las aguas, el colorido de las hojas o la sinfonía de los pájaros es un espectáculo regalado gratuitamente a los peregrinos. Es curioso pero esta gran obra de la ilustración, realizada a pico y pala pero de una perfección total es otro camino, el camino de la razón, que por unos kilómetros coincide con otro camino, el de la fe, el camino de Santiago.

Abandono la dársena riosecana, un verdadero puerto interior de unas dimensiones espectaculares. Atrás dejo la fábrica de harinas san Antonio y las antiguas paneras, hoy reutilizadas felizmente para el turismo.

Tras cruzar los puntes de Villalón y de Moral, la ruinosa fábrica harinera de la esclusa séptima se abre ante mis ojos. Qué pena que una obra arquitectónica de esta envergadura pueda perderse para siempre. Un vistazo al ingenioso funcionamiento de la esclusa y pronto me acerco hasta la localidad de Tamariz de Campos, cuyas iglesias recuerdan su esplendoroso pasado.

Cuenca de Campos es una de las poblaciones que más y mejor han apostado por el camino, fundamentalmente porque su alcalde, Faustino González, ‘Tinín’, es uno de esos locos apasionados y enamorados del camino, capaz de ‘inventarse’ hace seis años un albergue cuando nadie conocía y mucho menos creía en esta ruta. Además los vecinos de esta localidad se han concienciado de la importancia del camino y llevan la auténtica hospitalidad, esa hospitalidad primitiva y original, que en muchos casos se ha perdido, hasta límites insospechados. Y si no para muestra un botón. Fíjense la anécdota más bonita que me ocurrió en esta población, que jamás podré olvidar y que demuestra la acogida que estas gentes brindan al peregrino.

A llegar a la plaza Mayor me acerqué hasta la furgoneta en la que el panadero despachaba el pan diario. Quería una simple barra de pan para la comida. Allí se encontraban también algunas mujeres comprando y cuando fui a pagar la barra, no me permitieron ni si quiera sacar el dinero. Me invitaron con una alegría, que realmente me hizo reflexionar en lo que es la verdadera hospitalidad del camino y en el buen corazón de sus gentes.
Una simple barra de pan que a mí me supo a gloria con buen chorizo de la tierra sentado en las escaleras del rollo de justicia que luce en la plaza Mayor de Villalón de Campos, siguiente población en la que el peregrino puede disfrutar de un gran patrimonio.

En Villacarralón entablo conversación con un paisano que me quiere vender su casa de adobe. Antes de llegar a Santervás de Campos, paro un instante en el moderno canal de riego Cea-Carrión y pienso la diferencia en su construcción con el Canal de Castilla, donde una máquina abría un surco en la tierra. Qué diferencia con el pico y la pala, y el sudor de miles de hombres que se necesitaron durante casi un siglo para excavar el Canal de Castilla.

En Santervas, localidad natal del hospitalero de rioseco, Alejandro Ovelleiro, Jano, es de recibo contemplar la iglesia de los Santos San Gervasio y San Protasio, cuya cabecera es uno de los primeros ejemplos del románico-mudéjar castellano.

El sol del verano ha achicharrado los girasoles, que en muchos casos, ya sólo se siembran por la subvención. Un sol que a pesar de lo avanzado de septiembre todavía sigue calentando. Atravieso las dos últimas poblaciones, Arenillas de Valderaduey y Grajal de Campos y enseguida llego al punto final, a la meta, de este camino, Sahagún de Campos, donde el otro camino el tradicional o francés (me niego a llamarlo el auténtico, porque auténticos son todos) atraviesa la localidad visitando las iglesias de San Tirso y San Lorenzo, e incluso un improvisado museo de la Semana Santa. Aquí termina el camino madrileño y empieza el de Roncesvalles, ya sólo quedan 355 Km a Santiago de Compostela, pero esto, si me lo permiten, lo dejaré para mejor ocasión.

Ahora quiero disfrutar con los recuerdos del camino de Santiago de Madrid, donde la historia, el arte, la cultura, el paisaje, la gastronomía, las gentes, la belleza, la tierra, el agua y el aire se mezclan armoniosamente. Evocar algunas de las sensaciones experimentadas por un peregrino, que ha intentado transmitir en esta conferencia, que espero haya sido de su agrado, una experiencia personal, animando a todos ustedes a que continúen este camino y continúen con su promoción. Y por su puesto invitando a todas a aquellas personas que no lo conocen a que alguna vez puedan recorrer el camino, aunque sólo sea en un pequeño trayecto, pero también me conformo con que mis palabras y sobre todo mis imágenes hayan servido para que ustedes, querido público, se hayan hecho una ligera idea de lo que es esta ruta, esta ruta de la fe, esta ruta del amor.