lunes, 7 de mayo de 2007

SEGUNDA ETAPA: NAVACERRADA-SEGOVIA (45 KM.)

No existen muchos albergues y otras acogidas a lo largo de este camino y, como veremos más adelante, concentrados mayoritariamente en suelo vallisoletano. Este es un handicap importante que hay que solucionar si se quiere que este camino tenga un gran flujo de peregrinos. Las instituciones de Madrid y de Segovia tienen que tomar buen ejemplo de las infraestructuras que se están dotando a los 153 Km del camino vallisoletano, donde la Diputación y otras instituciones construyen albergues y señalizan muy dignamente el trayecto.

Precisamente esta carencia de albergues, sobre todo en los primeros kilómetros como digo, provocan que el peregrino, en este caso yo, me tenga que buscar la vida y hacer de hostales, casas rurales y otros lugares de acogida, mis particulares albergues donde pernoctar y reponer fuerzas para afrontar la siguiente etapa.

En este segundo día de peregrinación partí temprano desde Navacerrada con la sensación de tener por delante la etapa más dura de todo el trayecto, no sólo por el ascenso al puerto de la Fuenfría, paso obligado hacia tierras castellanas, sino porque además mi cuerpo y mi bicicleta no están en las mejores condiciones. Pero lo bonito de estas pequeñas situaciones límites que se le presentan al peregrino es salvarlas, y una vez más me armo de valor y en medio de una mañana espléndida, con un sol radiante, preparo el equipaje y comienzo a pedalear.

Tras llegar a Cercedilla comienzo a notar que mis fuerzas van en aumento y que la bici, a pesar de tener dañada la rueda delantera y circular sin un freno, aguanta y esto me da fuerzas para iniciar la subida por el camino de las Dehesas.

El lugar es espléndido, en medio de un frondoso bosque surcado por decenas de arroyos fríos y juguetones que a modo de hilillos plateados adornan mucho más, si cabe, este maravilloso espectáculo natural. Aún no me encontrado con ningún peregrino, más bien con otros ciclistas y senderistas que han decidido realizar esta preciosa ruta.

La subida es paulatina, sin rampas de una extraordinaria dureza, pero poco a poco se va tomando altura y las vistas empiezan a ser, sencillamente, espectaculares, como recogen estas fotografías.
A pesar del calor empiezo a imaginarme los rigores del invierno en esta zona y a los sufridos peregrinos medievales cruzar hacia Castilla exhaustos por el frío y la nieve. Pero afortunadamente no es mi caso y sigo disfrutando del momento, aunque mis piernas me recuerden que sigo ascendiendo hasta el punto más alto de este camino, la Fuenfría a 1,796 metros de altitud.

La cima esta muy cerca y me siento como esos montañeros apunto de conquistar su meta. Entonces un cúmulo de sensaciones comienzan a golpearme: libertad, soledad, aire puro, naturaleza. Sigo subiendo yo sólo, con la única e improvisada compañía de algunas vacas que pacen tranquilamente y por fin llego a la cima: la Fuenfría.
Allí un cartel explica que este era un paso por el que atravesaba una calzada romana de itinerario Antonino por la que voy a descender hasta Segovia. Parece mentira pero tomaré un camino por el que ya transitaban hace más de dos milenios y que más tarde utilizaría el Arcipreste de Hita, tal y como se refiere en su Libro del Buen amor:



“Tórneme para mi tierra dende á tercer dya;
mas non vyn por Locoya, que joyas non troya,
Cuydé yr por el puerto que disen la Fuenfría;
Herré todo el camino, como quien non sabía”
Por cierto, una de las anécdotas más simpáticas que me han ocurrido en el camino tuvo su escenario aquí: una vaca se ha sentido invadida en su terreno y cuando yo tomaba un pequeño bocadillo para reponer fuerzas junto al monumento del Camino, que más tarde inauguraría el presidente de la Junta de Castilla y León, Juan Vicente Herrera, me ha tocado salir corriendo porque ha venido hasta mí con muy malas intenciones.

Así que casi como si de un encierro sanferminero se tratase apresuradamente me he subido a la bicicleta y he puesto tierra de por medio con esta vaca con muy malas pulgas. Ahora me rió, pero en fin en esos momentos…
El descenso se presenta muy apetecible. He dejado Madrid y ya estoy en tierras castellanas. Aunque el excesivo terreno pedregoso provoca que tenga que realizar una mínima parada para arreglar un pinchazo.
En una pista asfaltada me lanzo en el descenso y suelto adrenalina, la sensación de libertad a más de 80 Km. por hora es una sensación única sobre una bicicleta, se lo aseguro, pero también muy peligrosa. Descendiendo recuerdo otras míticas bajadas del camino como la de Foncebadón hacia Ponferrada, o la de Triacastela, ya en Galicia, entre otras muchas.

El camino se termina y ante mí se presenta otra pequeña aventurilla: la bajada se torna en un pequeño sendero campo a través, que me conduce hacia la ciudad de Segovia, cuya silueta se recorta ya en el horizonte presida por esa inmensa e imponente catedral.
Aunque sin duda tras la llegada a esta bella ciudad me detengo impresionado ante el acueducto romano, una obra que milagrosamente sigue en pie hoy, después de más de 2.000 años y sin argamasa de ningún tipo. Pienso además que este gran monumento ya estaba antes de la cristiandad, y por supuesto antes del camino. Por primera vez el camino de la razón, el de la ingeniería, se cruza con otro camino, el de la fe.

En Segovia decido trasnochar, pero antes es obligado visitar su catedral, donde además posee una capilla dedicada a Santiago, uno de los pri
meros Santiagos que me encuentro en el camino y merece la pena contemplar el precioso alcázar. Aún la belleza del recorrido reposa en mi retina, mientras un mecánico ciclista, Felipe, un fenómeno con la herramienta, deja como nueva mi bicicleta.

No hay comentarios: